Hablar una lengua no es sólo saberla: es vivirla. Las ikastolas han hecho posible que generaciones aprendan euskera con naturalidad académica; sin embargo, la escuela sola no garantiza que ese aprendizaje se transforme en conversaciones compartidas en el tiempo libre, en el bar del pueblo o en el vestuario del equipo de fútbol. Convertir a los y las alumnas en hablantes reales exige que la lengua circule en los ámbitos sociales donde se construyen las amistades y la identidad cotidiana.
El deporte es, por su propia naturaleza, un terreno fértil para esa circulación. En clubes, entrenamientos y competiciones se generan rutinas, bromas, instrucciones y vínculos emocionales: es en esos intercambios informales donde la lengua se hace herramienta de pertenencia. Las investigaciones al respecto muestran que son precisamente esos entornos de ocio los que favorecen que el uso del idioma traspase lo escolar y se incorpore a la vida social de adolescentes y jóvenes. Si queremos hablantes fuera del aula, debemos ocupar esos espacios.
Es muy frecuente escuchar que está subiendo el conocimiento formal del euskera, pero no en la misma medida su uso en contextos informales. Esa discrepancia subraya la necesidad de intervenciones dirigidas: actividades extraescolares en euskera, colaboración entre ikastolas y clubes deportivos, formación de monitores en usos comunicativos informales y campañas que refuercen el valor social de hablar euskera en el ocio. Intervenciones así han mostrado potencial para mejorar la competencia conversacional y la motivación hacia un uso cotidiano.
Para las ikastolas esta cuestión resulta estratégica: no sólo formar en lengua y contenido, sino funcionar como centros comunitarios que organizan cultura, deporte y tiempo libre. Fortalecer esa función —apoyar proyectos que unan centros educativos y entidades deportivas, facilitar recursos didácticos para entrenadores, promover ligas y torneos en euskera— multiplica las oportunidades para que los niños/as y jóvenes interioricen la lengua como instrumento de relación. Las ikastolas estamos convencidas de que tenemos que remar en esta dirección.
Pero más allá de la planificación, hace falta afecto: familias, entrenadores/as y compañeros/as que valoren y practiquen el euskera con naturalidad crean una atmósfera en la que la lengua respira. Sabemos que el sentimiento de identidad y empoderamiento ligado al uso del euskera contribuye al bienestar y a la participación comunitaria, por eso es tarea imprescindible impulsar el euskera como lengua de convivencia, no sólo de estudio.
Fomentar el euskera en el deporte y la vida social no es una nostalgia, debe ser una estrategia para convertir la competencia escolar en práctica vital. Las ikastolas pueden (y deben) ser el puente entre lo que se da dentro del aula y la conversación cotidiana: ahí, en el calor del equipo y la charla de vestuario, nace el hablante que permanece.
Oier Sanjurjo Maté
Presidente de las Ikastolas de Navarra